Identicopatía

Por: Eduardo Elías Lasprilla

Es la tercera y más joven de las medicinas centáuricas; su hermana menor, después de la ayurvédica clásica y la acupuntura celeste o de punto único. Centáurica es el calificativo dado por el investigador Eduardo Lasprilla a estas variantes clínicas, debido a que corresponden a la kosmovisión centáurica, típica de la post-post-modernidad, era en la cual lo predominante es la sinergia funcional entre sentimiento, pensamiento y lenguaje, en el abordaje discursivo de la Realidad, desapareciendo, de una vez por todas, la tóxica división entre Razón y corazón, entre sentimiento y pensamiento, entre facticidad y essidad, coincidiendo, a pie juntillas, con la sentencia hipocrática de que el cuerpo es un solo órgano y el organismo, una sola función. Y como una natural consecuencia discursiva, desaparecen las tóxicas especializaciones de la medicina alopática, consecuencia, a su vez, de una malsana división del cuerpo en compartimentos estancos, sembrando la disergia de los órganos, en la que un así llamado especialista es aquél que sabe cada vez más, acerca de cada vez menos. Esta concepción quedó sin piso, ante las obligadas inferencias del teorema de Bell, en las cuales, queda demostrada la interconexión de las partes, con el todo, en un conjunto indiviso, dándole la razón a Hipócrates.

Las medicinas centáuricas no curan enfermedades, sino enfermos. Esto significa nada más; pero tampoco, nada menos, que lo realmente importante en la anamnesis clínico-centáurica es lo idiopático y no lo patognomónico, porque ahí está la clave del asunto. La dinámica de los holones más importantes del sujeto: teosfera, noosfera y biosfera, descaminada por la ignorancia de dicho sujeto, termina por concretar la entidad nosológica, con su componente fisiosférico. Así las cosas, el médico clásico se devana los sesos buscando la causa de dicha patología en el organismo (fisiosfera), cuando la razón de la misma está en los holones internos del sujeto. De esta crasa forma intelectiva, el médico clásico termina siendo víctima de su propio invento, cuando la enfermedad lo visite, porque su naturaleza es la de ser genio y figura, de la cuna a la sepultura.

Esta aberración conceptual, imperante en la medicina alopática, derivada de la concepción racionalista de viejo cuño y apoyada en una fatal sinergia conceptual, con el empirismo clásico, dio nacimiento a esta locura imperante a nivel científico-monológico, en la que el cancerólogo no sabe nada de cardiología, aparte de unas nociones vagas, aprendidas en el pregrado. Lo inverso es igualmente válido y así se puede decir lo mismo de los pediatras, los psiquiatras, los traumatólogos, los neurólogos, etc, etc, etc. El método oficial imperante, en el campo de las ciencias elementales, es el analítico o lógico formal de Aristóteles, muy en disonancia con el carácter complejo de la vida, cuyo lado negativo es la enfermedad y para la cual se requiere de los principios básicos de la bío-complejidad y su concepto fundamental de emergencia, en consonancia con el principio krishnamurtiano de que el final, no es mas que el comienzo acumulado. Y para este enfoque es insoslayable el concurso de las ciencias de la complejidad, la psicofilosofía perenne, la semántica disensual y la simbología clínica, en una maravillosa sinergia funcional, cumpliendo con las exigencias discursivas del holismo post-post-moderno. Y todo esto es total y absolutamente desconocido para la medicina clásica y ahí está la tragedia de los médicos clásicos y su pacientela.