Medicina Centaúrica

Por: Eduardo Elías Lasprilla

Denomino así la terapéutica concebida desde la kosmovisión centáurica, en la que mente y cuerpo son sinérgicos y, por ello mismo, se convierten en una emergencia, conocida como mente-cuerpo, en la que desaparece la característica tensión sensitiva que sufre el hombre inferior, generada por el conflicto entre las necesidades vegetativas del cuerpo y los deseos egoicos de la mente. Desde esta cota gnoseológica se concibe la Enfermedad como la derivada del lacerante conflicto ontológico de la Caída, cuando el alma quiso, en su soberbia preternatural, no sólo ser imagen de Dios, sino ser igual al Padre. Esta soberbia, que a nivel del alma es Pecado, a nivel del cuerpo es Enfermedad, la cual es concebida, desde la Antigüedad, como la afectación morbosa de la fuerza vital. Esta concepción fundamenta toda la Medicina Ayurvédico-clásica, como también la Acupuntura celeste. Hahnemann, una de dos, o toma este concepto de los antiguos o lo redescubre a su manera, lo cual también pudo ser posible. Las tres terapéuticas centáuricas, por antonomasia, son: La ayurvédico-clásica, la acupuntura celeste y la Identicopatía; nacida, ésta, en el hontanar mismo de la homeopatía hahnemanniana. Con Hahnemann nace la similopatía (pero este nombre se lo doy yo, porque soy quien hace la debida diferenciación de las distintas franjas terapéuticas) y la homeopatía (este es el único nombre que usa Hahnemann para su terapéutica) y, Masi Elyzalde, con la identidad pecaminosa, dio lugar a lo que yo desarrollé con el nombre de Identicopatía, con todos sus fundamentos, materia médica y repertorios respectivos, para lo cual he escrito 22 obras.

Soy yo quien se ha atrevido a hacer la diferencia, bajo el rigor semántico disensual, de llamar las cosas por sus nombres, para evitar confusiones, como debe siempre ser y como lo exige el lenguaje especializado. Esto lo demuestro, a lo largo y ancho de mi obra, “Tratado de Medicina Centáurica” (¿Homeopatía o Identicopatía?), ya que con la concepción del constitucional único e invariable para todos los eventos crónicos del sujeto, prescrito, no por similitud fisiosférica (similar) ni por semejanza sistémica (simillimum), sino por identidad atávico-resonante entre substancia y sujeto (identicum), se colige fácilmente que, siendo uno el pecado ontológico para cada individuo al nacer, una ha de ser la substancia que se lo represente. Y como el pecado no habrá de cambiar, ya que cometido está, tampoco habrá de hacerlo la substancia que lo encarna en su estructura morfo-resonante. Por lo tanto, el quid de la anamnesis centáurico-identicopática no consiste en encontrar similitud semiológica alguna, entre sujeto y substancia, sino en descubrir en el primero, a través de un nuevo tipo de interrogatorio, la lacerante herida que le dejó la Caída. Ese será el leitmotiv de su vida, el cual ha de impregnar irrefragablemente toda su sensitividad, todo su pensamiento, todo su discurso y todos sus procederes. Lo que aquí se amerita no es un algoritmo matemático, a lo Candegabe, ni una repertorización, a la usanza homeopática, sino un abordaje totalmente distinto, como quiera que parecerse sintomatológicamente no es lo mismo que ser idéntico pecaminosamente.

Por todo lo anterior, propongo mis repertorios identicopáticos, mi hermenéutica semántico-disensual y por último, la simbología clínica, como los instrumentos ideales para poner al descubierto la psora primaria del individuo. Va de suyo, entonces, que una cosa es el síndrome característico, de sujeto y substancia, y otra cosa, por supuesto, la identidad pecaminosa existente entre la psora primaria del individuo y la de la substancia que la encarna, como consecuencia de la caída ontológica que sufriera el alma en su soberbia preternatural. La substancia que fue afectada, en la misma medida y proporción, en la que el sujeto alteró su propio orden con el Pecado, guarda en su estructura íntima la resonancia morfo-genética capaz de curarlo. En ausencia de esta ayuda, la transducción atávica que perturba su fuerza vital, modifica también su sensitividad y, con ella, su heurística, desfigurando, en el tramo final de este proceso, la Gestalt de la Realidad. Y como él mismo, quiéralo o no, está inserto en dicha Realidad, termina alterando su propia Gestalt. Así acaba ignorando quién es en verdad y, en esa ignorancia, celosamente lleva a cabo, a lo largo y ancho de sus años de mísera existencia, su propia destrucción. En tales condiciones de orfandad, sólo una terapéutica centáurica será de ayuda. En nuestro caso, la identicopatía.